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sábado, 27 de noviembre de 2010

Estaba encerrada

El relato de Una Sorda Con Audífonos.


Con ocho años de edad, mi familia y yo nos mudamos a Buenos Aires desde la Patagonia. Era la primera vez que me alejaba de la escuela, donde tenía a mis mejores amigos y mis queridas maestras, cosa que, siendo sorda de nacimiento, fue bastante traumático. En el nuevo colegio, enorme y lleno de desconocidos, no pude adaptarme del todo. No conseguí amigos, y no sentía confianza con los maestros.



Todo eso provocó que la siguiente experiencia, que debió haber sido un percance sin más -si hubiera estado en mi escuela de la Patagonia, claro-, se convirtiera en una pesadilla para mí. Una mañana, al terminar las clases, me tocó quedarme a recoger los papeles. Me metí debajo de las mesas para hacerlo, y cuando me levanté al terminar... vi que estaba sola, y la puerta estaba cerrada. No me puse nerviosa: me dirigí a la puerta, pensando que estaría abierta. Pero cual fue mi sorpresa cuando vi que estaba CERRADA CON LLAVE.



No entendí nada, y fui a las ventanas a avisar a alguien de que estaba sola. Lamentablemente, nadie me conocía, y yo hablaba muy mal, así que no me entendió nadie. Había mucha gente ahí afuera (era el patio de recreo), y nadie me prestaba atención. Poco a poco, me fui dando cuenta de mi imposibilidad de comunicarme con ellos y de explicarles mi situación, y me fui desesperando. Empecé a gritar. "¡Chicos! ¡CHICOS! ¡Ábranme la puerta! ¡CHICOOOS!". Pasó la directora del colegio cerca de la ventana y se paró allí, dándome la espalda. Conseguí sacar una mano, y cogerle de un mechón de su cabello. La directora me miró, le hablé desesperadamente, y ella... simplemente sonrió y se fue. Me quedé descolocadísima.



Entonces fue cuando empecé a gritar de verdad y llorar. No sé cuánto rato estuve gritando y llorando al patio, sin que nadie me prestara atención. Para mí fue una eternidad. Estaba temblando, lo pasé realmente mal. De repente, una alumna mayor que yo me hizo caso, algo preocupada por mi mala cara. Con gran esfuerzo, consiguió entender lo que pasaba, y fue a avisar a una profesora para que buscara la llave...



Intenté calmarme, me sequé las lágrimas, cogí la mochila y me planté frente a la puerta, esperando a que me la abrieran. La abrieron. Aún temblando, pero ya calmada, salí de allí. Mi madre estaba esperándome, y fui corriendo a abrazarla. "¡Mamá, estaba encerrada!", le dije varias veces. La directora (la que me había ignorado con una sonrisa) habló con ella entre risas. Mi madre se lo tomó bien, se rió también, y nos fuimos a casa. Ella seguro se ha olvidado ya de lo sucedido. Yo no dejé de recordarlo durante mucho tiempo.



Ahora que soy mayor, entiendo que esa gente creía que, por ser sorda, mi comportamiento histérico era normal, que era mi manera de divertirme/llamar la atención. Suerte que uno de ellos se percató de que no me lo estaba pasando tan bien como se pensaban...

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